Luna era apenas una cachorrita pero ya había visto lo que ninguna alma debería ver jamás.
Ella era la siguiente en la fila. Atrapada en el brutal comercio de carne de perro, Luna no tenía escapatoria. Nadie venía, hasta que alguien como tú lo hizo posible. Gracias a una donación, nuestro equipo la rescató antes de que fuera demasiado tarde. La sacaron de la jaula, la trataron, la abrazaron y le mostraron cariño por primera vez. Hoy, Luna está a salvo. Duerme en paz. Corre sin miedo.
Ella puede vivir porque alguien, en algún lugar, decidió que valía la pena salvarla.
Encontramos a Luna en la parte trasera de una camioneta, apretada entre barrotes de metal con otros cinco perros. No podía levantar la cabeza. Tenía las patas atascadas y tenía cortes por todas partes debido a la jaula. No ladró. Ni siquiera lloró. Simplemente se quedó mirando, paralizada.
Cuando la sacamos, no se resistió. Se quedó completamente quieta, no porque confiara en nosotros, sino porque ya no tenía nada que dar. La envolvimos en una toalla y la cargamos como a un bebé.
En la clínica, no se movió durante dos días. El veterinario dijo que tomaría tiempo, no solo para que sanara, sino para que volviera a sentirse segura. Nos sentamos con ella. Hablamos con ella. Le llevamos peluches y comida calientita. Al quinto día, nos lamió una mano.
Semanas después, Luna empezó a jugar. Corrió en círculos la primera vez que la dejamos salir. Ladraba, se revolcaba en el pasto y perseguía mariposas como un cachorro. Ahora la ha adoptado una amable mujer que trabaja desde casa y dice que Luna ni siquiera duerme la siesta si no está acurrucada a su lado.
Pasó de la jaula al sofá. Del silencio a la alegría. Todo porque alguien decidió actuar.